Amados y amantísimos parroquianos, henos aquí otra vez, cual
ave fénix renaciendo de la casi inerte ascua, trayéndoles pequeñas briznas de
culturilla en literarias grageas digestivas. Pareciérade que la actividad de
este virtual folletín se hubiera detenido, pero cómo abandonar la heroica labor
que esta redacción se propone entrada tras entrada. Seguimos aquí, sí,
escudriñando los vericuetos de nuestra hermosa lengua, aunque los quehaceres
mundanos nos mantengan ocupados y no nos permitan dirigirnos a ustedes con la
frecuencia deseada.
En la presente quisiéramos llamar la atención, en primer
lugar, sobre las mocedades, la lozana y lampiña pubescencia, las nuevas
generaciones de futuros pollinos que tomarán el relevo a nuestros cascados
huesos y asumirán la regiduría de esta suerte de patera que es nuestro íbero
terruño. Esos mancebos con estrafalarios experimentos capilares, con todo
género de aretes y zarcillos repartidos en partes recónditas de sus anatomías.
Esos petimetres de la modernura que
hacen de la mamarrachada estandarte y condición sine qua non de su devenir consuetudinario. Nuestros polluelos se
embrutecen, queridos lectores. Adolecen, en preocupante mayoría, de los modales
de un ganapán. Vagabundean
errabundos sin ocupación provechosa, distrayéndose en el pillaje y dándose al
malvivir. Baste pasearse un fin de semana, a las horas noctívagas, por sus
lugares de reunión y esparcimiento, y observar en qué ocupan sus horas de
asueto. Bebedizos espirituosos, pavoneos concupiscentes y cantares infernales
son los principales entretenimientos de nuestra prole. Un despropósito.
Pero es que el ejemplo de algunos de sus mayores no es ni de
lejos mejor. Observemos, en segundo lugar, a nuestros prebostes. La casta
dirigente, no hace falta que yo lo diga, se encuentra enquistada de podredumbre.
Son, hoy día, paradigma de la felonía, la vileza y la total ausencia de
escrúpulo. Con ladinos procederes
engrosan sus patrimonios a costa de mermar los de la ciudadanía llana. Son
ésos, los que aprovechando retribuciones destinadas a un fin social montan el
chiringuito del lucro y ordeñan a la vaca de las ubres de oro, los contables que
ofrecen emolumentos sin declarar para enjalbegar así dineros de oscura
procedencia, los que aprovechando su situación y contactos montan patéticas
astracanadas obteniendo por ello pingües rendimientos, los que venden lo
público a monto irrisorio para dejarlo en manos de sus correligionarios sin
mostrar siquiera un leve atisbo de vergüenza o sonrojo. Otro despropósito. Y
éste además indignante y oprobioso.
A unos y a otros, a los primeros y a los segundos, pudiérase
aplicar el siguiente apelativo:
Galopín.
- Muchacho mal vestido, sucio y desharrapado.
-Pícaro sin educación ni vergüenza.
-Hombre taimado, astuto, de talento.
Y además, por el mismo precio, esclareceremos algunos términos aparecidos más arriba que
tampoco funcionan mal a la hora de adjetivar a esta recua de interfectos.
Taimado.
-Astuto, ladino y engañador.
-Obstinado, porfiado.
Ladino.
-Astuto, sagaz, taimado.
-Engañador y fullero.
Y en otro orden de significación:
Ganapán.
-Hombre que se gana la vida con trabajos eventuales que no
requieren especialización.
-Hombre rudo y tosco.
Así pues, aquí les dejamos una buena ristra de apelativos
con la consiguiente recomendación de que hagan ustedes uso de ellos.
Y antes de la despedida, nos gustaría desde esta redacción
agradecer efusivamente la inspiración para esta entrada a Don Lino Cañamón, a
la vez que recomendar la visita a Mundo Rancio, la bitácora hermana que capitanea
este insigne personaje, donde desgrana con elocuencia y rancia pluma la
grotesca cotidianidad ciudarrealina.
2 comentarios:
Las nuevas generaciones son de apaga y vámonos...
Hay mucho galopín suelto por el orbe, pero aún no está todo perdido, esperemos.
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