miércoles, 3 de julio de 2013

Legados ancestrales. Doña Bernarda.



La falta de seriedad, amigos. Cual si la nación estuviérade regida por eunucos con ínfulas de bufón que hacen de la regiduría una chanza sin gracia, un chascarrillo inane y de mal gusto. Es difícil evitar la sensación de que el país, y el orbe todo, hubieran caído en manos de una caterva de simios beodos, torpes bestezuelas que desde lo alto de una rama, aprovechando su privilegiada situación, esparcieran sus desechos sobre los habitantes del suelo en una suerte de diluvio de excrecencias e inmundicias corporales celebrándolo además con sonoras risotadas y nerviosos palmoteos. Saben ustedes a lo que me refiero: apariciones ectoplásmicas para dirigirse a la ciudadanía, explicaciones ozorianas sobre lo oscuro de ciertos procederes, encomendaciones a poderes mitológicos e ídolos de carpintería, bravuconadas propias de la pubescencia y, en fin, tropelías de todo calibre, choriceos, amiguismos, sobres bajo mano y postura del egipcio. Qué les voy yo a contar.

Este país se ha convertido en el coño de la Bernarda.

Se dice de algo que es el coño de la Bernarda cuando es un lugar disparatado, tumultuoso, estrepitoso, sin orden, donde todo el mundo mete la mano y actúa caprichosamente y sin decoro ninguno.

Es ésta una expresión que, si bien rayana en lo soez, resulta de muy rancia enjundia, jacarandosa sonoridad y amplia aceptación en cualesquiera estamento social. Así como en otra ocasión comentamos en estas páginas el origen de la interjección caramba y su relación con la historia de una excelsa dama, indagaremos hoy sobre esta otra expresión protagonizada por su pertinente fémina. Así pues, ¿quién fue la ínclita Bernarda y por qué su feminidad adquirió tal renombre?

Los eruditos, quienes quiera que éstos sean, apuntan diversos orígenes. Uno de ellos nos remite a la ignota provincia de Ciudad Real, región manchega donde las hubiérade y terruño natal del que suscribe y os escribe, donde al parecer una tal Bernarda ejercía desde una covacha la curandería y la sanación milagrera mediante alguna suerte de imposición de manos pero sin usar las manos. Se conoce que su frondosidad bajoventrina era milagrosa y curaba animales enfermos y concedía gracias y dádivas a aquel que pusiera su mano en ella, o dentro, por lo que dicha cavernosidad debía estar muy concurrida. Hasta tal punto era milagroso su sexo que por lo visto lo encontraron incorrupto una vez finada la tal Bernarda.

Otro posible origen nos lleva más al sur, a Sevilla en concreto, donde la Bernarda no era hechicera sino mesalina (ya saben, profesional de lo lúbrico), y prestaba sus carnales servicios a todo el Tercio de Regulares durante la Guerra de África. Debió ser tal su actividad profesional que la fama de Bernarda y su transitada rendija trascendió el ámbito local y, merced a este supuesto origen, daría lugar a la expresión hoy conocida.

Un tercer posible origen localiza la historia sin salir de lares andaluces, esta vez en Granada. Quizá sea ésta la historia más documentada, pues si el lector buscare en los procelosos mares internáuticos encontrare un asaz pormenorizado relato, que no es sino una creación literaria del escritor granadino Manuel Talens.

Se nos cuenta en este relato que la Bernarda granadina, al igual que la ciudarrealina, era algo así como hechicera. Supuesta hija natural de un rey moro y criada a caballo entre el cristianismo y el islam, lo mismo te recitaba la Biblia que el Corán. Se cuenta que una noche recibió la visita de un noble local que, azorado por un sueño que había tenido, iba a pedirle consejo. En el sueño veía a sus conciudadanos sufrientes y hambrientos, y los campos pelados y baldíos, y cómo el mismísimo San Isidro Labrador se le aparecía en mística parafernalia recitando lo siguiente: “San Isidro Labrador, quita lo seco y devuélvele la verdor”. La Bernarda, sorprendida, le contó al noble un sueño que tuvo ella una noche en la que se acostó apesadumbrada por haberse dado a los demás sin haber tenido ocasión de concebir retoños, porque, según ella, “no es buena la mujer de cuyo figo non salen fillos”. En el sueño se le presentaba también San Isidro, esta vez en su dormitorio, donde procedió a meter la mano en el higo de la Bernarda, la cual de arrobamiento y gozo entendió la expresión “tener mano de santo” en una nueva dimensión, y al tiempo que hurgaba susurrábale el mismo cántico: “San Isidro Labrador, quita lo seco y devuélvele la verdor”. Tras esto marchó el noble igual de azorado que vino, pero lo cierto es que al poco las cosechas se sucedieron copiosas, y el noble, religioso él, atribuyó la prosperidad a la raja bendita, la cual fue adquiriendo tal fama que ya todos en el pueblo se llegaban a la Bernarda a tocarle la intimidad y “por doquiera la abundançia manaba: las mulleres daban fillos sietemesinos fuertes como cabritillos, y las guarras parían cochinillos a porrillo, las cosechas se multiplicaban y hasta las gallinas empollaban ovos de siete yemas”. Todo fue prosperidad hasta la muerte de Bernarda, tras la cual la desgracia se cebó inmisericordemente con la localidad. Terremotos, campos yermos, abortos en las mujeres y el ganado, toda suerte de desdichas se cernían sobre el pequeño villorrio. Hasta que, una noche, una vecina que se ocupaba en llorar ante la tumba de Bernarda vio unas luminarias sobrenaturales que salían del sepulcro y, entre el asombro y el acongoje, partió rauda a relatarle el hecho al párroco local. El sacerdote decidió exhumar el cuerpo de la curandera y, oh sorpresa, encontró incorrupto el figo, “rojo y húmedo qual breva”, y procedió a hacer del despojo reliquia sacra y a colocarlo en áureo relicario en la capilla del pueblo, devolviendo así la prosperidad y abundancia a todo aquel que tuviera contacto con él.

Escojan ustedes, querida membresía, el origen que prefieran, y recuerden a Bernarda y a su santa rendija con la devoción que sin duda merecen.

sábado, 30 de marzo de 2013

Felonías galopantes




Amados y amantísimos parroquianos, henos aquí otra vez, cual ave fénix renaciendo de la casi inerte ascua, trayéndoles pequeñas briznas de culturilla en literarias grageas digestivas. Pareciérade que la actividad de este virtual folletín se hubiera detenido, pero cómo abandonar la heroica labor que esta redacción se propone entrada tras entrada. Seguimos aquí, sí, escudriñando los vericuetos de nuestra hermosa lengua, aunque los quehaceres mundanos nos mantengan ocupados y no nos permitan dirigirnos a ustedes con la frecuencia deseada.

En la presente quisiéramos llamar la atención, en primer lugar, sobre las mocedades, la lozana y lampiña pubescencia, las nuevas generaciones de futuros pollinos que tomarán el relevo a nuestros cascados huesos y asumirán la regiduría de esta suerte de patera que es nuestro íbero terruño. Esos mancebos con estrafalarios experimentos capilares, con todo género de aretes y zarcillos repartidos en partes recónditas de sus anatomías. Esos petimetres de la modernura  que hacen de la mamarrachada estandarte y condición sine qua non de su devenir consuetudinario. Nuestros polluelos se embrutecen, queridos lectores. Adolecen, en preocupante mayoría, de los modales de un ganapán. Vagabundean errabundos sin ocupación provechosa, distrayéndose en el pillaje y dándose al malvivir. Baste pasearse un fin de semana, a las horas noctívagas, por sus lugares de reunión y esparcimiento, y observar en qué ocupan sus horas de asueto. Bebedizos espirituosos, pavoneos concupiscentes y cantares infernales son los principales entretenimientos de nuestra prole. Un despropósito.

Pero es que el ejemplo de algunos de sus mayores no es ni de lejos mejor. Observemos, en segundo lugar, a nuestros prebostes. La casta dirigente, no hace falta que yo lo diga, se encuentra enquistada de podredumbre. Son, hoy día, paradigma de la felonía, la vileza y la total ausencia de escrúpulo. Con ladinos procederes engrosan sus patrimonios a costa de mermar los de la ciudadanía llana. Son ésos, los que aprovechando retribuciones destinadas a un fin social montan el chiringuito del lucro y ordeñan a la vaca de las ubres de oro, los contables que ofrecen emolumentos sin declarar para enjalbegar así dineros de oscura procedencia, los que aprovechando su situación y contactos montan patéticas astracanadas obteniendo por ello pingües rendimientos, los que venden lo público a monto irrisorio para dejarlo en manos de sus correligionarios sin mostrar siquiera un leve atisbo de vergüenza o sonrojo. Otro despropósito. Y éste además indignante y oprobioso.

A unos y a otros, a los primeros y a los segundos, pudiérase aplicar el siguiente apelativo:

Galopín.
- Muchacho mal vestido, sucio y desharrapado.
-Pícaro sin educación ni vergüenza.
-Hombre taimado, astuto, de talento.

Y además, por el mismo precio, esclareceremos  algunos términos aparecidos más arriba que tampoco funcionan mal a la hora de adjetivar a esta recua de interfectos.

Taimado.
-Astuto, ladino y engañador.
-Obstinado, porfiado.

Ladino.
-Astuto, sagaz, taimado.
-Engañador y fullero.

Y en otro orden de significación:

Ganapán.
-Hombre que se gana la vida con trabajos eventuales que no requieren especialización.
-Hombre rudo y tosco.

Así pues, aquí les dejamos una buena ristra de apelativos con la consiguiente recomendación de que hagan ustedes uso de ellos. 

Y antes de la despedida, nos gustaría desde esta redacción agradecer efusivamente la inspiración para esta entrada a Don Lino Cañamón, a la vez que recomendar la visita a Mundo Rancio, la bitácora hermana que capitanea este insigne personaje, donde desgrana con elocuencia y rancia pluma la grotesca cotidianidad ciudarrealina.

lunes, 26 de noviembre de 2012

De exabruptis





Lectores y lectoras, amantísimos feligreses, como si no hubieran pasado ni tres días henos aquí de nuevo, palabra en ristre, con ánimo de dar continuidad, dentro de lo que cupiere, a esta labor divulgativa (o casi) que desde esta bitácora nos empecinamos en desempeñar. Sabrán ustedes, queridos y queridas míos, disculpar las ausencias.

Como hemos apuntado en otras ocasiones, la vida a veces se torna un vomitorio infecto y hediondo por donde escuece siquiera transitar. No ya por el dolor existencial que supone saberse un gentilhombre rodeado de brutos y pollinos, que también, sino por el lamentable estado en que este Estado lamentable está dejando al terruño que habitamos. Gobierna el desgobierno. Son tiempos éstos de idiocia y burricie exacerbada, donde el más tonto hace relojes, o construye puentes ominosos y aberrantes coliseos con el único afán del pingüe beneficio y el lucro desmedido, en connivencia con las autoridades que, lejos de afear la conducta, ríen las gracias al niño. Son tiempos éstos de codicia sin censura ni cortapisas, de usura destructiva y de saqueo institucional. El país se va al garete:

-Se dice de algo que “se va al garete” cuando fracasa, se malogra, queda inconcluso, abandonado, a la deriva, y es precisamente éste el origen de la expresión, marinera ella, que se aplicaba al navío que merced a alguna avería o desgracia como la pérdida del ancla vagaba errabundo, al capricho del viento y las mareas, llegando a encallar, naufragar o perderse en el océano proceloso y vasto. Dicen los sabios que proviene de la expresión francesa “être égaré” que en efecto significa andar extraviado y sin rumbo alguno.

Así pues no es difícil encontrar el paralelismo entre el hipotético paquebote y esta patria mía, esta patria nuestra, que zozobra bamboleante timoneada por una recua de micos onanistas cuya única preocupación parece ser el propio ombligo y alguna fortuita pelusa que pudiere habitarlo.

Y ante tamaño despropósito, ante tan grotesco panorama, a uno sólo le queda enrojecer iracundo, gritar furibundo y languidecer meditabundo, cagarse en el mundo y en las pipas Facundo. Y soltarla, dejarla caer como un mazazo para, al menos, procurarnos cierto ilusorio alivio. Nos referimos, amigas y amigos, a la interjección.

La interjección es hoy día, por desgracia, un género embrutecido y vilipendiado a causa del oligopolio de lo soez y lo escatológico. La interjección es denotativa de un estado de estupor, sorpresa, enfado o contrariedad. Sabemos que es difícil contener el verbo en una situación sorpresiva, y más si es desagradable, pero no por ello nos debemos abandonar al defenestre y soltar cualquier bajeza impropia. La interjección no ha por qué teñirse de inmundicia ni tiene por qué obviar el ingenio y la jacaranda.

Pongamos hoy nuestra atención sobre una exclamación elegante, clásica y a la vez atemporal como un sombrero fedora: ¡Caramba!
Pero, ¿qué es una caramba? ¿Quién fue La Caramba? Pues hay respuesta para ambas preguntas, lectores y sin embargo amigos. La Caramba fue una celebérrima tonadillera de finales del siglo dieciocho, de nombre María Antonia Vallejo Fernández y natural de Motril, Granada, deseada por hombres y envidiada por mujeres, que tomó su sobrenombre de una coplilla compuesta a la sazón para su presentación en el teatro. Esta mujer, paradigma de la hembra sureña bien “plantá”, marcaba tendencia entre la sociedad adinerada de la época y sus atuendos de ultimísima moda eran copiados por las pijas contemporáneas. Nuestra jaca andaluza popularizó un estrafalario tocado en el pelo que se acabó conociendo como ella misma, caramba, llegando a extenderse tanto su uso que es el tocado que llevan ambas Majas, la nudista y la textil, de Don Francisco de Goya. La rutilante estrella tuvo una revelación mística una tarde de aguacero y terminó sus dias dedicada al fervor religioso e incontinente.

¿Qué tienen que ver, tocado y tonadillera, con la interjección objeto de nuestro estudio? En realidad poco, al parecer. Según algunos eruditos caramba es un eufemismo, o mejor diminutivo melindroso, de carajo, término mucho más procaz que hace alusión al viril (miembro, entiéndase), que es profusamente utilizado en nuestras regiones noroccidentales bajo la forma carallo y es también bien conocido por nuestros hermanos latinoamericanos. Apuntan algunos estudiosos que expresiones como caracoles o canastos bien pudieran ser resultado del mismo proceso, es decir, querer decir carajo y cambiar la terminación para no mentar al pene, del mismo modo que los hay que dicen miércoles queriendo decir mierda.

Así pues, si algún día se hallan ustedes, por ejemplo, ante una construcción de ese famoso arquitecto valenciano con nombre de región manchega, son ustedes muy dueños de exclamar: ¡caramba, qué puente más ominoso!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Errando que es gerundio.





No hace muchas entradas, estimados y rancios feligreses, comentábamos aquí el fenómeno de la ultracorrección, malformación lingüística mediante la cual el hablante corrige una palabra que supone errónea cuando no lo es dando lugar a pequeños engendros verbales, algunos francamente jocosos.

Desconocemos si este fenómeno tendrá la misma denominación cuando se realiza en expresiones y frases hechas, pero el resultado es, igualmente, asaz cómico, rozando a veces lo esperpéntico. Nos referimos a esas frases hechas, en ocasiones refranes, que algunos asnoparlantes gustan de utilizar para dotar a su discurso de una pátina cultista e intentar escalar, infructuosamente, algún que otro grado en la escala de niveles del lenguaje, pero que, ya sea por desconocimiento o por pretendida aunque espuria sapiencia, no atinan a materializar en su debida forma.

Merced a uno de estos refranes, tan castizos ellos, sabemos que aunque la mona se vista de seda sigue siendo un primate de modales zafios y reacciones imprevisibles, que lo mismo gusta de proferir agudos alaridos que de arrojar sus propias heces a la concurrencia en malsano deleite fecal. Y aunque un chimpancé con ropajes humanos siempre es chistoso, convendrán conmigo en que no es ejemplo ninguno de gracia ni donosura. Y esto es precisamente lo que sucede con los citados asnoparlantes, que tratan de disfrazar su condición cuasisimiesca engalanando su verbo, pero, al hacerlo de forma fallida, caen en ignominia y se autoinculpan sin quererlo de delito de burricie galopante. Es, expresándolo de un modo llano, “querer ir de guay y no llegar ni a chachi”.

A falta de una denominación más idónea, quisiéramos aquí nombrar a este evento de la siguiente manera:

Yerro.
-Equivocación por descuido, inadvertencia o ignorancia.
-Falta contra los preceptos morales o religiosos.


Procede, por cierto, del verbo errar (equivocarse, y también vagar sin rumbo) y nada tiene que ver con el metal que al parecer abunda en las lentejas.

Como éste no es lugar para ponerse teológicos, religiosos ni beatos (en fin, supersticiosos) escogeremos la primera definición para referirnos al suceso que hoy nos ocupa y, por supuesto y de forma completamente gratuita, ofreceremos a continuación el pertinente botón de muestra:

De muchos es conocida la expresión “no me gusta el cariz que está tomando esto”. El cariz es el aspecto que presenta determinada cuestión, y la expresión se podría reemplazar por la muy agreste y talaverana “no me gusta cómo caza la perrilla”. Pues bien, el que suscribe y escribe ha percibido con sus propios oídos la siguiente malformación, el siguiente yerro: “no me gusta el carisma que está tomando esto”. ¿Qué les parece? Digno de ajusticiamiento público. Como dicen por ahí: “vergüenza de sus hijos”. Pero aún hay más, no se vayan todavía. No ha mucho su humilde servidor de ustedes tuvo ocasión de oír en plena rúa cómo una señora le decía a su púber vástago: “no me gusta el cáliz que está tomando esto”. ¿Perdón? ¿El cáliz? ¿Y si, para completar la misa, al cáliz le acompaño una buena hostia, señora?

En fin, antes de soliviantarme y enajenarme hasta el colapso me despido de ustedes, fieles y rancios parroquianos y parroquianas, con la única recomendación de que cuiden su verbo. Utilicen expresiones, sí, adornen su discurso con refranes y frases hechas si ello les place y si es menester colarlas en la conversación para disfrute de los presentes, pero, por el amor de Jardiel Poncela, háganlo como es debido.

miércoles, 18 de julio de 2012

Lirismos ripiosos. Cantiga de la cuchufleta.



-Aliteración.
Figura retórica consistente en la repetición notoria del mismo o de los mismos sonidos, sobre todo consonánticos, en una palabra o frase.

Y a modo de ejemplo tenemos a bien ofrecer una pequeña trova, unos versos, qué digo versos, ripios unidos con más fortuna que destreza, que este rapsoda frustrado servidor de ustedes ha compuesto como divertimento estival. Helos aquí:



El chiste lo encuentro chachi,
Me chifla la cuchufleta,
Adoro chuflas y chanzas
Que hacen chirriar las panzas
Al tocho y ancho del planeta.

Amante soy del chascarrillo,
Del chusco y del elegante,
Disfruto como un chiquillo,
Chapoteo cual infante
En un charco chispeante,
Me agacho, levanto y chillo
Que no hay nada más chanante
Que dar la chapa constante
Con chacota y chascarrillo
A quien se ponga delante.

De chiripa no me chafan
Los chirridos y los chismes
De la chusma que me chista
Cada vez que cuento un chiste.

Chicos y chicas todos,
Que el mundo es chungo, es patente
Mas no pucheres, detente,
Piensa en un chiste chulo,
Manda a tomar por culo
Las chorradas de la gente.

¿Chiflado? Sí, como un chivo.
Mi chaveta chabacana
Chorrea chicas chavaladas
Tal si dentro hubiera un chisme
De parir magnas chorradas.



-Chufla.
Cuchufleta, broma.


-Cuchufleta.
Broma o burla

-Chanza.
Dicho gracioso y ocurrente.
Burla o broma.

-Chascarrillo.
Anécdota jocosa o ingeniosa.
Chiste.

El castellano es, amigos y amigas, un idioma bello a muchos niveles.

miércoles, 6 de junio de 2012

Abominando que es gerundio. El vilipendio (III)



"En este mundo tiene que haber de todo". La sabiduría de las abuelas en conjunción con el refranero popular nos ofrece miles de explicaciones a la cotidianidad que nos acongoja. Y en efecto, nuestra gran orbe es un lugar donde moran las más variopintas especies. El mundo es multicolor, multiforme, multiusos, policromado, polifónico y Poli Díaz.
Y al hilo de éste último quisiera hacer recaer la atención del lector sobre algunos sujetos que deambulan por esos depósitos de cemento y ladrillo que son nuestras ciudades. En la meseta manchega, de la que es oriundo un servidor de ustedes, los hay por doquier, inundan en piaras las calles, los bares de tapas y los antros lúdiconocturnos. Suelen (no todos) caracterizarse por un hirsutismo descompensado que deja el frontispicio de la testa a medio poblar, mientras hiperpuebla el resto de su anatomía en una vorágine vellosa. Exhiben un gesto animalizado adornando un rostro ya de por sí difícil. Para definir su vestimenta inventaremos aquí, con el permiso de ustedes, un neologismo híbrido: agrocool, algo así como alta costura postmoderna, rural y bucólica. Quizá una camisa de seda y unos mocasines con calcetín blanco, a lo mejor algo de pana, como el tío Basilio, ése que tiene tierras y cuartos, vestido de domingo por un becario de Gaultier. Puede que, incluso, osen engalanar su faz con alguna suerte de zarcillo o esas excentricidades neocomtemporáneas llamadas piercings, quizá por la única razón de que en su mocedad escuchaban a Obús.
Pero el rasgo más distintivo no es apreciable de un solo vistazo, ni todos los especímenes cumplen las máximas estéticas arriba detalladas. Lo que realmente determina a estos interfectos es una cuestión actitudinal. Tienen los modales y el proceder de un orangután frustrado. Son aquellos que desde la ventanilla de su carruaje profieren lindezas vituperantes haciendo gala de una absoluta carencia de ingenio y mordacidad, para después carcajear sonoramente sus propias ocurrencias arropados por los rebuznos del resto de la recua. Son ésos que en los discopubs y locales festivos olisquean ávidamente a la concurrencia, codo en barra y bebedizo en mano, en busca de género hembra potencialmente fecundable, no dejando ni un segundo de profanar con la mirada escotes, corvas y curcusillas, ni escatimando tampoco en patanes conatos de piropo.
Ellos, sus grotescas personas y sus infames modos son ominosos, abominables y execrables.

-Ominoso,a
Abominable, despreciable, de mal agüero, azaroso, vitando.


-Abominable
.Que merece ser condenado o aborrecido.
.Se aplica a la cosa que es de mal gusto y pésima calidad.

-Execrable
Digno de condena. Repugnante, detestable.

Ominoso y abominable comparten su raíz, del latín omen, omínis: augurio, presagio, en especial funesto y de connotaciones negativas. Execrable viene de execrar que deriva del latin exsecrari: sacar de lo sagrado o respetable, abominar de algo, cuya raíz sacer, sacra, sacrum es común a palabras como sagrado, sacristán, sacerdote o sacrificio.

Así pues, bienamados lectores y lectoras, sobre todo lectoras, si se cruzan con alguno de estos infraseres y son ustedes agraciadas con uno de sus graznidos procopulatorios, pueden ustedes, con toda la gracia y elegancia, espetarles un: "caballero, es usted un ser ominoso".

miércoles, 25 de abril de 2012

La ultracorrección o "aquí semos muy fisnos"



Distinguida audiencia, si este bitacórico lugar tiene algún propósito es el de favorecer el buen uso de nuestra exquisita lengua y, quizá o seguramente, promover esta suerte de estilo decimonónico y vetusto a la par que jocoso que hemos querido denominar rancio.
Pero una cosa es una cosa, y una cosa y otra cosa son dos cosas. No faltan pollinos que, pretendiendo ser corceles, engalanan su verbo tratando de apropiarse de cultismos mal asimilados y deformando términos y expresiones. Verdaderos petimetres lingüísticos que actúan como quien expeliendo una ventosidad tratara de disfrazarla para no caer en bochorno y acabara interpretando a pedos "Las Cuatro Estaciones" de Vivaldi.

Ésto, queridos amigos, es la hipercorrección, sobrecorrección o ultracorrección, fenómeno del lenguaje en el que el hablante "cultiza" deliberadamente palabras o expresiones creyéndolas erróneas cuando no lo son. Veamos:

Una de las ultracorreciones más frecuentes y desternillantes ocurre con los finales -ao y -ado. Suele ocurrir que muchas palabras acabadas en -ado (pescado) pierden esa d intervocal fruto de las prisas (pescao), lo cual es una incorrección. Entonces el asnoparlante o bocachancla añade esa d en otras palabras que naturalmente no la llevan, creyendo corregirlas, y creando descarríos como bacalado (por bacalao). Esta ultracorrección no sólo afecta a las vocales -ao, pudiendo oírse cosas como vacido (por vacío), y no sólo al final de las palabras, como el caso de zanadoria (por zanahoria).

Otro despropósito al que nos enfrentamos es el esdrujulismo. Bien es sabido, y si no yo se lo traslado, que aquí somos más que amigos de las esdrújulas. Las palabras esdrújulas, quizá por lo infrecuente o por lo engolado, suenan cultas. Y entonces llega el pisaverde que creyendo hablar fino y elegante transforma en esdrújulas palabras que no lo son, diciendo cosas como síncero (por sincero), o méndigo (por mendigo). Y aquí permítanme recordar el caso de una vecina del piso de abajo, de un edificio en el que otrora habitaba, que, viendo su casa inundada debido al mal estado de la fontanería de mi vivienda, subía a avisarme de que habría que llamar al périto para que evaluase los daños. Ganas de abofetearla eran las que se me agolpaban en la cerviz.

Tampoco escasean los lechuguinos y berzotas que hacen de su capa un sayo y, ridículamente embozados con él, esparcen consonantes como quien aliña una ensalada de berros (muy vegetal todo, pardiez). Curioso el caso de la x emparejada con la p. Tomando como referencia palabras como "explanada" o "experiencia", hay quien calza la x do le viene en gana y dice cosas como expontáneo o expléndido, y en un "exceso" de celo se vuelve excéptico.
Y las dobles ces, ¡cómo nos gustan las dobles ces! Palabras como "fracción" nos llevan a crear engendros como solucción o aficción (peligrosa por su semejanza con "ficción" o "aflicción" que sí llevan doble c).

Quisiera pasar por encima, por ya sabidos, de fenómenos como el dequeísmo (poner la preposición de donde no debería figurar), ultracorrección que se ha transformado en vulgarismo y ha dado lugar al queísmo (quitar la preposición de de expresiones que sí la llevan) para intentar combatirla. Una ultracorrección para "corregir" otra ultracorrección. Díganme si no es un dislate.

Y por último, para darle un descanso a mi sesera y a la suya de ustedes, reseñaré aquí una palabra que últimamente se oye y se lee mucho por ahí. Quizá por similitud con palabras como "áureo", algunos se están acostumbrando al palabro espúreo, cuando lo que quieren decir es:

Espurio
-bastardo, adulterado en su origen.
-falso, engañoso.

Que es en sí un cultismo, si bien con cierto sonido a vulgarismos como vidio (por vídeo). Podríamos pues concluir que el palabro espúreo es espurio.

Y sin otro particular se despide un servidor de ustedes. Háblenme bien, pero tampoco se me engorilen.